lunes, 24 de noviembre de 2008

El esfuerzo contra la barbarie.

Nunca he sufrido el efecto “fan” por nadie ni por nada. Ningún grupo musical me hizo perder el control en mi adolescencia, ni tampoco ninguna actriz o modelo del momento me llevó a coleccionar recortes de revistas. Ni siquiera el fútbol, deporte de masas donde los haya, me hizo perder los nervios o quitarme el sueño cuando mi equipo (porque hay que ser de algún equipo) ganaba o perdía. Me he alejado siempre de las afiliaciones, ideologías y abanderamientos que desde mi punto de vista siempre te reducen el campo de visión y alienan el espíritu.
Sin embargo, este fin de semana, me he acercado mucho a ese sentimiento. He admirado sincera y profundamente el enorme trabajo y esfuerzo de algunas personas, como Fernando Verdasco, ese chaval de 25 años, tenista en el puesto 16 del mundo (que se dice pronto), que tanto el sábado como el domingo tuvo que añadir a los nervios y la tensión propias de jugar un torneo de primer nivel, la indignante, desesperante e injusta bulla a la que le sometió el maleducado público argentino en la Copa Davis. Torneo que por tratar con equipos nacionales en lugar de jugadores individuales, parece que se le tiene que permitir cualquier cosa.
Pensar en las innumerables horas de entrenamiento, en la cantidad de cosas a las que alguien de esa edad tiene que renunciar para conseguir su sueño, cuando resumes el año a entrenamientos y viajes, centros de alto rendimiento, estricto control de la alimentación y del sueño; y sobretodo, en la enorme fuerza de voluntad para llevarlo a cabo, para seguir día a día durante años a ese ritmo. Con solo pensar un segundo en todo esto bastaría para enmudecerte y vivir la pasión de tu equipo nacional desde el segundo plano que un espectador jamás debería abandonar. Pero claro, las masas no piensan, ni en Argentina, ni España, ni en ninguna parte.
Dan ganas de no volver a ver tenis nunca más. Es una pena que un deporte como este, caracterizado siempre por un respeto ejemplar entre jugadores y seguidores, se vea infectado por esas maneras tan propias del fútbol, ese deporte devaluado como rentable que se ha convertido en desahogo de las frustraciones e infelicidades de tantos. Es una pena que la Federación Internacional de Tenis, se deje llevar por ese histerismo futbolero de manos de escandalosos, maleducados e ignorantes, y deje convertir un torneo de tenis en una fiesta de gritos y bocinas sin control.
Lo siento, no hay excusas. Ni porque sea la Davis, ni porque sea Argentina, ni porque la abuela de Djokovic fuma.
Me pregunto qué se le pasaría por la cabeza a Pascal Maria, ese francés tan serio, árbitro educadísimo de los principales torneos internacionales. Ver la violación de su deporte de forma tan impune. Yo sólo le veía cada vez la frente más arrugada y el gesto más torcido.
¿Y Fernando? Después de conseguir ganar a pesar de todo. Lo más blando que se me pasaría a mi por la cabeza es “joderos todos, acémilas descerebradas, animales de bellota, salvajes ignorantes”. Qué satisfacción tan grande, conseguir superar la presión, controlar los nervios, acallar la indignación, mantener la concentración en un entorno imposible, recordar la técnica, dejar fluir los movimientos aprendidos y guardar algo de lucidez para los momentos clave. Qué alegría que, a pesar de todo, consigues ganar, hacer realidad tus sueños más atrevidos.
Toda una lección para los que quieran algún día perseguir su sueño, y para todos aquellos que únicamente pasan la vida agitando banderas sin pararse a pensar un segundo en lo que están haciendo.

martes, 11 de noviembre de 2008

El poder de la Otra Conciencia

Hoy es de esas tardes en las que alguna parte de tu inconsciente ha decidido por cuenta propia que hoy ya has trabajado suficiente. Te empeñas en centrarte para dejar trazadas las ideas generales de aquello que sabes que en algún momento debes empezar; en quitarte esa tontuna que te pidió el delegado de turno; o al menos en repasar alguna información que sabes que será útil para tomar algunas decisiones. Pero no, nuestro amigo oculto, desde lo más profundo de la maraña de neuronas conspira contra ti.
Recuerdas aquellas semanas de exámenes de tu época de universitario en las que cualquier acontecimiento por nimio que fuese, se convertía en la cosa más interesante del Universo. Un pájaro pasa volando por delante de tu ventana, oh, sorpresa, ¿a dónde se dirigirá? ¡Ah!, mira, se ha posado en ese poste. Qué poste tan curioso. ¿De dónde vienen los postes de la luz? ¿Son árboles muy rectos o los moldean así? La verdad es que mira que somos arcaicos todavía llevando los cables de esta manera. Estoy seguro que si me pongo podría idear un sistema para.... ¡Coño, estudia! ......... Huy!, qué hambre más extraño me ha entrado de pronto, voy a echar un vistazo en la nevera.
Después de abrir y cerrar 3 veces la puerta de la nevera y corroborar que no hay nada que realmente te apetezca, decides ya que estás abajo darte una vuelta por el comedor, la salita, el aseo, el garaje.... Más tarde que pronto te empiezas a preguntar qué cojones haces dando tumbos por la casa cual vigilante de seguridad con insomnio. ¡A estudiar! ..... El teléfono suena, corres casi desesperado a cogerlo. NADIE puede cogerlo más que tú. Te abalanzas sobre el aparato como si su vida dependiese de ello. No es para ti, increíble, habrías apostado tu brazo derecho a que así era. Sin embargo, nunca te había parecido tan simpática la amiga gorda del trabajo de tu madre. Pasas 10 minutos hablando con ella. ¿Se ha dado cuenta alguna vez la cantidad de postes de luz que se necesitan para iluminar todo un pueblo? Cuando ya no sabes cómo alargar la conversación y la amiga de tu madre se comienza a pensar que sufres una grave falta de afecto, le confiesas que tu madre no está en casa y que debes volver al estudio.
Estudiar.... Un insecto pasa cerca de ti. Lo oyes pero no lo ves. No necesitas saber más. Tu misión es dejarlo fuera de juego. Un coche pasa por la calle, NECESITAS ver cuánto suma la matrícula, tu padre pasa a menos de 15 metros de ti, ¿Quieres algo? Iba al baño, normal, todo el mundo necesita ir al baño. La cadena de pensamientos te lleva a elaborar una intrincada teoría existencialista basada en la regularidad de las inevitables necesidades fisiológicas y cuando recuperas la cordura te das cuenta de que ya es la hora de comer. Buf... estás agotado. Estudiar cansa tanto...
Después te haces mayor y te das cuenta de que eso te ocurre cada vez que esa Conciencia interior con personalidad propia decide que no vas a hacer lo que te has propuesto. Y hoy, mi Conciencia ha hablado. No hay nada que hacer.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Chispas 1: El canto del Hombre

Cada vez que me levanto. Viene alguien a empujarme de nuevo. Cada vez que me revuelvo, viene alguien a poner orden en mi cerebro. Siempre vuelvo cuando tengo. Siempre marcho de vacío. Allegro, andante ma non troppo, paso a paso en la cuerda floja del sentimiento. Siento lo que siento cuando pienso. Pienso y pienso cuánto siento. Sinfines de relevos. Alelados revoltosos en mi cabeza. Siempre dispuestos a olvidar lo que tengo y recordar lo que no debo. Ven conmigo. Impídeme pensar. Acalla las voces y hales callar. Habla por mi, siente por mi, sueña por mi, y déjame sumirme en la oscuridad de la nada... por un instante... hazme comprender, vuélveme algo más sabio. Por favor, dame la mano y llévame a la Luz.

martes, 19 de agosto de 2008

Los 100 en 24


Hace un par de meses terminé otro pequeño gran reto. Cien kilómetros de seguido en un tiempo máximo de 24 horas. Terminé, tremendamente cansado y dolorido, pero terminé.
He necesitado este tiempo para recuperarme. No físicamente, pues las piernas en 4 días ya estaban casi perfectas, sino mentalmente. Tiempo imprescindible para asimilar las 20 horas de ilusión y esfuerzo. Para digerir el cóctel de sentimientos contradictorios que se fueron acumulando. Para poder sentarme y escribir en frío lo que fue aquello de la forma más realista posible. Lo mejor será que empiece desde el principio.
Los nervios se hacían notar ya la noche anterior. Aunque la intención era acostarse pronto para estar bien fresco al día siguiente, los preparativos y la mente a todo gas no me permitieron dormir hasta cerca de medianoche.
El despertador sonó diligente poco después de las 8. Desayuno tan consistente como inusual a base de pasta, huevos y fruta.
A las 11 estaba ya allí, con mi amiga Cristina y esperando a otro par de valientes amigos con la firme decisión de realizar el 50% de la prueba.
No había demasiada gente. No fue como en esas medias maratones o carreras de varios puñados de kilómetros donde las salidas impresionan por el tumulto avanzando al trote como un auténtico ejército. Esta vez éramos sólo unos 1500. El comienzo fue lento, con una avanzadilla que salió al trote siguiendo un peculiar recorrido por el perímetro del campo de fútbol del polideportivo, y seguido del resto de participantes que empezaron tranquilamente caminando. La salida del polideportivo se convirtió en un cuello de botella que sufrimos todos a excepción de los primeros corredores.
Me sentía nervioso y alegre. Con la inquebrantable decisión de llegar a meta al día siguiente. No veía el momento de empezar a andar a paso ligero y las paradas de los primeros kilómetros motivadas por estrechamientos del camino que hacían amontonarse a la apretada comitiva, ensombrecían ligeramente mis alegres pensamientos.
A partir del kilómetro 7 u 8 decidí abandonar la amena charla de mis amigos y empezar mi verdadero reto. Apreté el paso y les dejé atrás con la esperanza de verles unos minutos en el primer descanso. Alterné el paso ligero en los llanos y cuestas con un trote moderado en las bajadas. Llegué al tercer punto de avituallamiento (km 17-18) alrededor de las 3. Era hora de comer. Cambio de calcetines, pies al fresco, estiramientos de rigor, y unos buenos sándwiches preparados esa misma mañana. Allí encontré a uno de los organizadores conocido mío e intercambiamos charla, ánimos y algunas fotografías. La moral por las nubes y las piernas en plena forma. Ni rastro de ampollas. La cosa iba bien. Después de casi 40 minutos, retomé la marcha al ritmo rápido del House de mi MP4, pero ya sin correr en ningún momento.
Por lo que supe después, mis amigos llegaron 10 minutos después de mi marcha. Les había sacado 50 minutos en apenas 8 kilómetros.
El camino hasta Colmenar Viejo (km35) fue sencillo y todavía con mucho movimiento de gente. El avituallamiento en el polideportivo fue una auténtica decepción. Ya no quedaba prácticamente nada y a esas alturas de la carrera eso era inadmisible. No valía la pena enfadarse, así que tomé nota mental para decírselo a la organización en su momento.
A partir de ahí cambió todo. Mucha gente se quedó en Colmenar Viejo, y los grupos cada vez más dispersos hicieron de los siguientes kilómetros una marcha mucho más solitaria, amenizada al principio por el partido de España que mi MP4 me transmitía arañando las intermitentes ondas de radiofrecuencia que se colaban por los valles y caminos por los que transcurría la carrera.
Me impuse un ritmo rápido y persistente. El objetivo era llegar al siguiente avituallamiento, y de allí al siguiente, y al siguiente…
Al terminar el partido opté por el silencio, los pensamientos y la concentración para mantener el ritmo.
Sólo tuve que pararme un momento para atravesar un río que parecía que me iba a obligar a descalzarme y mojarme los pies. Después de observar un rato el tronco y las piedras que había por el centro, me arriesgué a hacer un poco de equilibrismo y con un poco de suerte pasé sin salpicarme siquiera. Había que seguir.
Empezaba a anochecer y la luz del día era ya débil cuando entraba en Tres Cantos. Llegué al Polideportivo (km52) a las 9 y cuarto de la noche, después de conocer unos metros antes a un extraordinario señor. Un hombre de unos 60 años que el día anterior acababa de terminar el camino de Santiago desde Roncesvalles a una media de 45 kilómetros al día, y que se había apuntado a la carrera con la firme voluntad de terminarla. Después de tan tremendo ejemplo, yo no podía ni plantearme no terminar.
La parada en Tres Cantos fue larga. Los tendones de los gemelos empezaban a molestar y los estiramientos ya no fueron muy agradables. Comer, airear los pies y descansar un rato completaron la parada. Había que retomar. Estaba en la mitad del trayecto y era como volver a empezar. Eran las 10 de la noche.
No encontré al hombre del camino de Santiago así que retomé yo solo, con los primeros miedos asomando por mi cabeza. Miedo a no poder seguir el camino correcto. Miedo a no tener la suficiente fuerza de voluntad llegado el momento. Ya era prácticamente de noche, y muchísima gente había dado por terminada la carrera en ese punto, así que los próximos kilómetros se preveían muy solitarios. Sin embargo, el destino salió a mi encuentro para ofrecerme la mejor de las ayudas, la mayor de las oportunidades para terminar la carrera. Nada más alejarme del Polideportivo y a punto de tomar el camino de tierra que debería llevarme a lo largo de 22 kilómetros hasta San Sebastián de los Reyes, me encontré a un joven de mi edad, calzando las mismas zapatillas de deporte que yo (¿Casualidad?). Era una señal, sin duda. Empezamos a hablar y ya no nos separamos hasta el final. Seguíamos el mismo ritmo, teníamos la misma zancada y la misma idea en la cabeza: llegar a meta. No podía haber encontrado mejor compañero de viaje. Todavía dudo si lo habría conseguido sin él.
La noche no tardó en cerrarse así que saqué la linterna para iluminar el camino algo más de lo que lo hacía el cuarto creciente de luna.
Avanzábamos en silencio, y el cansancio se hacía notar. Los puntos de avituallamiento se convertían en verdaderos oasis de esperanza que cada vez parecían estar más alejados unos de otros.
Mis tendones cada vez estaban peor, y cada parada era tan necesaria como insufrible. Cada vez que había que retomar la marcha, el dolor me impedía andar con normalidad, y pasaba los primeros 10 minutos como si estuviera cojo.
Llegamos poco antes de las 2 de la madrugada a San Sebastián y fue la primera parada larga desde Tres Cantos. Además del cansancio y el dolor de los tendones, fui atacado por un frio terrible que hacía temblar todo mi cuerpo. Era una sensación extraña, como si tuviera fiebre. Me tranquilicé al ver que era algo normal, viendo alrededor algunas personas tumbadas en las colchonetas arropados con mantas. Tocaba volver a comer un poco, estirar a duras penas y mentalizarse para seguir. Faltaban otros 15 kms para volver a Tres Cantos, y eso significaría estar a las puertas del último empujón.
Retomar ahí fue difícil, creía que no podía andar. Los tendones los sentía crujir como una puerta vieja al abrirse. Eso no podía ser bueno.
Pasados los primeros minutos de casi lisiado los músculos volvieron a calentarse y seguimos a nuestro animoso ritmo.
Las etapas nocturnas desde el km52 al 89 (Tres Cantos-San Sebastián-Tres Cantos) fueron una experiencia única. Avanzando muchas veces con la linterna apagada, a la luz de la luna y el único sonido de nuestros pasos que emitían ese leve crujir de la arena del camino bajo nuestros pies. Crac, crac, crac, crac… y por dentro la lucha de sentimientos, de pensamientos.
En esas horas recibí la mayor parte de los mensajes de móvil de parte de algunos amigos que pensaron en mí y en lo que estaba haciendo. Jamás un mensaje o una corta conversación me han dado tanta energía como los de aquel día. Cinco minutos hablando por teléfono con un amigo tenía un efecto más grande que cualquier cápsula de glucosa, barrita energética o descanso reparador.
Llegamos a Tres Cantos de nuevo a pasadas las 5 de la mañana. El frío febril me atacó nada más parar, y pedí una capa de plástico con la que taparme las piernas. Nos quedaba poca comida y sufrimos el primer ataque de sueño. Teníamos un cansancio que ya invadía todo el cuerpo y sentíamos como si no fuésemos muy dueños de lo que hacíamos. Sacamos los restos de comida que nos quedaban y nos lo partimos a medias. Un último sándwich de sardinas, una coca cola que compramos en una máquina, algo de chocolate y algún resto más para reactivar nuestro cuerpo.
Ya no pude estirar. Pensé que mis tendones iban a romperse en cualquier momento. El frío, el dolor y el cansancio hizo que levantarme y comenzar de nuevo a andar fuese una auténtica guerra abierta entre mi voluntad y mi estupefacto cuerpo, que se preguntaba qué había hecho para merecer aquél castigo.
En lo que era ya un ritual establecido, caminamos lentamente durante los primeros cientos de metros, para que pudiese recuperar mi forma de andar natural y nuestro ritmo característico que estaba alrededor de los 6 kilómetros/hora.
Pasada la crisis de reinicio de marcha las sardinas y el chocolate debieron hacer su efecto, mezclándose con el entusiasmo de saberse a menos de 10 kilómetros de la meta. Esto era ya una cuenta atrás, y me sentía exultante de energía. Parecía como si pudiese terminar lo que faltaba corriendo o saltando. Apretamos el paso.
Pasado el siguiente avituallamiento era ya completamente de día, el amanecer nos había dado esquinazo y la sensación era muy extraña. Era increíble pensar en el ritmo que llevábamos, como si acabásemos de empezar, cuando en realidad avanzábamos ya con más de 90 kilómetros bajo nuestras zapatillas, y más de 18 horas seguidas.
Sin embargo, la reserva de energía no duró demasiado, y a 4 kilómetros del final, yo desfallecía de nuevo. Los últimos kilómetros eran cuesta arriba, y a mi se me acabaron las ganas de correr y de saltar. Bajé el ritmo. No podía permitir consumirme en el último momento. Había que llegar y sin ningún atisbo de duda yo sabía que iba a terminar.
Esos últimos kilómetros se hicieron interminables, pero al fin Colmenar Viejo apareció ante nosotros y supimos que ya estaba hecho.
Activé mi MP4, y le pasé un auricular a mi compañero. Entramos con fuerzas renovadas a ritmo de I NEED A HERO a todo volumen. La satisfacción no cabía en ese campo de fútbol. La alegría se reflejaba en mi cara y por dentro me embargaba una especie de complicidad entre yo y mi voluntad: “Ves, te lo dije”.
Cruzamos la meta a las 8 en punto. Lo habíamos conseguido en 20 horas y en la posición 167. Quedaban más de 400 personas por llegar. Alrededor de 1000 personas habían abandonado. ¡Lo habíamos conseguido, lo habíamos conseguido!

martes, 24 de junio de 2008

El espejo

Día 1: Amigo Loan, no me preguntes por qué, pero no suelo mirarme mucho al espejo. Hay gente que incluso practica sus discursos enfrente de él, entrena expresiones, relata cuentos, o cuenta chistes. Otros simplemente satisfacen su vanidad o lo utilizan como una herramienta más de su taller de reparaciones facial diario.
Sin duda yo me pierdo algo. Después llega la hora de enfrentarte al mundo y pones caras que no sabes cómo se ven desde fuera. Eso tiene que ser una desventaja, pero supongo que estas cosas no se pueden cambiar de un día a otro. Ahora me he propuesto todos los días mirarme detenidamente un par de minutos cada día, saludarme al pasar y echarme alguna sonrisa juguetona.

Día 2: Mi encuentro conmigo mismo ha sido todo un éxito. Me he mirado, he sostenido la mirada, y he reflexionado sobre lo que veía. Tengo que reconocer que me ha gustado. Una mirada transparente, alegre, abierta, satisfecha consigo misma y con ganas de salir ahí fuera a darle caña al mundo.

Día 3: Hoy me he parado más de la cuenta ante el espejo. No me había dado cuenta antes de lo pálido que estoy. ¿Será hoy o siempre he sido así de desnatado? Tendré que investigar sobre el tema. Por lo demás todo bien, me voy acostumbrando a mi cara.

Día 4: Confirmado, después de preguntarlo a media oficina y llamar a 14 amigos, he concluido que siempre he sido muy blanco de cara. Esto tiene que cambiar. Me han hablado de unas cremas bronceadoras que son pura magia.

Día 5: Hoy no me he sonreído. He detectado unas espinillas horribles repartidas estratégicamente por toda la nariz. He tardado 35 minutos en quitarlas todas. Después me he visto obligado a pedir la mañana libre porque mi nariz había adquirido un tamaño y color muy similar al de una berenjena.

Día 6: ¡Esas ojeras no estaban ahí ayer! ¡Juro que no estaban! Seguro que el horrible dolor que me producía respirar por la nariz y las pesadillas con clones de mi mismo persiguiéndome por las calles algo han tenido que ver.

Día 7: He pasado hora y media en el cuarto de baño. He aplicado cuidadosamente y cada una en su zona de acción las 7 cremas y 3 lociones que me compré ayer para solucionar mi manifiesto problema de sequedad de piel.

Día 8: Mi nariz ha vuelto a la normalidad y eso me ha hecho tremendamente feliz. Las ojeras persisten, pero he descubierto la solución en forma de mascarilla para hombres. La metrosexualidad se ha revelado ante mí como una consecuencia inevitable de la evolución y no como una tendencia social. No me cabe la menor duda de que el hombre, a medida que transcurran las generaciones, perderá el meñique del pie, las muelas de juicio y nos maquillaremos sin complejo alguno.

Día 9: Ya no me digo cosas bonitas ni se me ocurre sonreír, pues se revelan esos dientes ligeramente superpuestos y algo amarillentos que me caracterizan. Este año no habrá vacaciones. Habrá que ahorrar para un blanqueado y ortodoncia completa. No sé cómo no me lo había planteado antes.

Día 10: Hoy me ha salido un grano del tamaño de Madagascar en mitad de la frente. No sé si he sentido odio o miedo. He salido corriendo y me he metido en la cama tapado hasta la nariz con temblores irrefrenables.

Día 15: Llevo una semana metido en cama. Entro en el baño a gatas para no ver mi reflejo en el espejo y luego regreso corriendo sin mirar atrás.

Día 16: He hecho de tripas corazón, y me he aventurado a mirarme al espejo. El paisaje era desolador, pero al menos el grano ya había desaparecido. Mi jefe me ha llamado 3 veces y ha amenazado con hacerme no sé qué agujero más grande con parte del mobiliario de su despacho.

Día 20: Después de la Gran Crisis del Grano, he aprendido a quererme como soy. Me ignoro hasta salir de la ducha. Me miro fríamente, sin compasión. Inicio los trabajos de recuperación, reciclaje y restauración imprescindibles con movimientos implacables y precisos. Una vez todo queda en regla, media vuelta militar y marcha al mundo exterior mentalizándome para no cometer ningún desliz gestual.
Ahora soy mucho más feliz, controlo mi apariencia, conozco mis defectos, soy consciente de lo que muestro al mundo. No entiendo cómo podía vivir antes sin mirarme al espejo.

lunes, 26 de mayo de 2008

Confesión

Debo confesarlo. He sido yo. Las prolongadas lluvias que están teniendo lugar en España han sido por mi culpa.
Hasta ahora, siguiendo la observación y la sabiduría popular, siempre había pensado que la clave era lavar tu coche para que lloviese, pero claro, eso funcionaba sólo para un día. Lavar el coche suele provocar ese chaparrón guarrero que deja todo lleno de barro, y por supuesto el coche más sucio que antes de lavarlo.
Pero el otro día, por casualidad, encontré la solución a la sequía del mundo. Salgo del trabajo con la firme decisión de ir a lavar el coche en la gasolinera. Hacía ya varios meses que no lo hacía y estaba pidiendo a gritos algo de higiene. Aprovecho para llenar el depósito y, ATENCIÓN, hecho crucial número 1: compro la ficha de lavado para la supermáquina que esperaba en la parte de atrás. Cojo la más barata, que tampoco era plan de tirar la casa por la ventana.
Subo al coche, me dirijo a la entrada del tunel de lavado y, oh sorpresa, había 4 coches esperando en ordenada y paciente formación. Entonces llega el hecho crucial y definitivo número 2: decido volver al día siguiente, total, la ficha no se va a caducar.
Ahí es donde rompí los esquemas del Destino Universal, donde quebré todas las leyes Naturales y, por accidente, engañé los designios inviolables de todos aquellos seres superiores que nos gobiernan tras sus barbas blancas.

COMPRÉ LA FICHA PARA LAVAR MI COCHE, PERO EN EL ÚLTIMO MOMENTO NO LO HICE.

Al día siguiente llovía intensamente. Desde entonces no ha parado. Al principio simplemente esperaba que pasase la borrasca, pero ahora me doy cuenta de la realidad y miro atentamente los niveles de los embalses todos los días, para observar cuándo se llenan por completo y salir corriendo a utilizar esa ficha para romper el Destino y evitar el segundo Diluvio.

Mamá, quiero ser PROFESIONAL.

El Ser Humano es un bicho raro en muchos aspectos y quizá dedique varias entregas en analizar algunas de sus peculiaridades.
Hoy quiero comentar esa necesidad inexplicable por el trabajador medio de aparentar profesionalidad en su entorno laboral.
Porque claro, “ser profesional” es algo tan abstracto o ambiguo que en cada empresa o país puede asociarse a cosas muy diferentes.
En Alemania por ejemplo, todos muestran estar muy pero que muy ocupados durante lo que tiene que parecer una durísima e intensísima jornada de trabajo. A las 4 y media de la tarde, eso sí, están saliendo por la puerta.
En China andan correteando de aquí para allá muy nerviosos y hablando muy deprisa, para que se vea que no tienen ni un segundo ni para respirar.
En España, en cambio, se lleva mucho lo de estar 2, 3 o 4 horas más allá del final de tu jornada, demostrando con tu nivel de implicación y entrega con tu empresa el gran profesional que eres.
Lo importante no es ser profesional de verdad, sino parecerlo; y para ello nada mejor que seguir a rajatabla las 3 LEYES DEL BUEN PROFESIONAL:

1.- JAMÁS RENUNCIES A UN MOMENTO DE ESPARCIMIENTO Y RECUPÉRALO SIEMPRE A PARTIR DE LAS 8 DE LA TARDE. Antes muertos que dejar pasar el cafecito de las 10 o el tentempié de las 12, pero luego, hay que darlo todo hasta más allá de las 8. Ahí es cuando un verdadero profesional rinde a tope, sí señor.

2.- MANEJA EL “POWERPOIN” CON VIRTUOSISMO Y PRESTEZA. A la hora de impresionar a un cliente, colaborador o cualquier agente externo a tu realidad de cafés a las 10 y de horas extras, no hay nada como un impecable Powerpoint. Cuantas más diapositivas haya y más elaboradas estén, más claro dejaras quién controla en tu empresa.
– ¿Has visto qué Powerpoint se ha currado el Carlitos?
– ¡Ah, sí! Es todo un profesional

Es definitivo.

3.- DOMINA LAS CARAS DE PÓKER, DE PREOCUPACIÓN DESAPROBADORA Y DE ANGUSTIA VITAL. Lo seria que se pone la gente, y ese gesto de preocupación ante problemas tan baladíes, me deja estupefacto. En cambio, es así el rol que todo buen empleado con esperanzas de promocionar internamente debe adoptar.
- Carlitos, ¿¡Cómo es posible que no esté ya preparado el informe de resultados trimestrales de consumos internos!? (Esto lo podría estar diciendo cualquiera de los personajes de la empresa no necesariamente por encima jerárquicamente de su puesto, pero eso sí, esgrimiendo implacable la CARA DE PREOCUPACIÓN DESAPROBADORA).
Por su parte, hábilmente, Carlitos defiende su honra con la CARA DE POKER, mientras responde impasible una mezcla de tecnicismos indescifrables, excusas convincentes y razones incontestables, mientras piensa cosas parecidas a: “¿Pero qué narices le importa a nadie el informe de resultados trimestrales de consumos internos?, ¿Por qué se está poniendo rojo?, Esos ojos un día van a saltar de sus órbitas y hacer daño a alguien. Podría sacar un ojo a alguien… con su ojo. Ojo por Ojo….” –Y más o menos en ese momento otro grito saca a Carlitos de su hilo de profundos pensamientos. Es el jefe. La estrategia cambia. CARA DE ANGUSTIA VITAL. El informe es la cosa más importante de tu vida. La batalla ya está perdida, así que ahora lo único importante es salvar tu profesionalidad dando a entender lo estresado que estás, lo agobiante que es tu trabajo y a pesar de eso, cuán responsable eres sacando todo adelante sea como sea. – ¿El informe? En dos horas lo tienes.

Hay un sinnúmero de estrategias para aplacar esa ansia del empleado del mundo empresarial por dejar claro lo profesional que se es, pero sin duda, con estas tres leyes básicas se puede llegar muy lejos en este país.

viernes, 16 de mayo de 2008

Me llaman extraño

Me llaman extraño. Me he independizado a los 25 y vivo con 2 amigos. Trabajo en algo que me gusta y además me esfuerzo en hacerlo lo mejor posible.
Me llaman extraño. Todavía no he dejado de buscar aquello que me llene. Necesito más de una mano para contar a mis mejores amigos y mi culo inquieto me agobia el pensamiento.
Me llaman extraño. No me gusta dejar comida en el plato porque me da por pensar en gente que no conozco ni nunca me encontraré.
Me llaman extraño. Creo egoístamente en la amistad que no espera nada a cambio.
Me llaman extraño. Subo a la sierra de Madrid a la menor excusa y me da por pasar el día en el monte, en buena compañía, cortando el chorizo a pelo en cualquier piedra.
Me llaman extraño. Pienso que he venido al mundo para hacer algo importante, aunque eso consista sólo en hacerte sonreír… o pensar.
Me llaman extraño. Me llevo bien con mi hermana, puedo hablar de sexo con mis padres, y encima puedo decir sin sonrojarme que, resultados a parte, me han educado de forma ejemplar.
Me llaman extraño. Soy capaz de pasarme muchas horas haciendo lo mismo y soy de los que creo que un Risk con los amigos acompañado de un buen ron con coca cola es de las 14 cosas más gratificantes de esta vida.
Me llaman extraño. Pienso que he salido demasiado inteligente como para ser feliz y demasiado tonto para aprender a serlo.
Me llaman extraño. No siento apego a demasiadas cosas aunque soy incapaz de hacer limpieza de camisetas viejas.
Me llaman extraño. No necesito beber para hacer el ridículo sin sentirlo. Busco la originalidad y la rutina me quita la vida.
Me llaman extraño. Tengo curiosidad. Tengo ganas de conocer, de viajar y de aprender cosas nuevas. Todavía me regocijo sorprendiéndome de cosas absurdas.

Me llaman extraño y me asusta pensar que sea cierto. Si yo soy extraño, ¡Dios!, el mundo está en manos de una terrible vulgaridad. Suerte que somos más de los que parece…

lunes, 12 de mayo de 2008

¿Cursi o Maravilloso?

Una vez hace mucho tiempo, sin saber de qué manera acabé en un espacio/blog/página personal de alguien de alguna parte del mundo, que tenía este video. Supongo que según cuándo y en qué estado de ánimo ves algo, puede resultarte ridículo o bestial, cursi o impresionante. A mi me dejó knockeado un buen rato. Disfrutadlo.

miércoles, 7 de mayo de 2008

La Orquesta

"No hay mejor manera de medir el tiempo que con una partitura, y no hay mejor manera de sentir el presente que con la música"

Empieza una leve melodía, una flauta solitaria en medio de la multitud, entre arcos tensados y dientes apretados; la melodía fluye sin parar, ya no se detendrá. En el fondo siempre suena. En ocasiones se hace oír en un paseo lento y pesado, en ocasiones rápida y fugaz. A ratos desapercibida entre mucho barullo y en otros encaramada intensamente al árbol de la Vida.
Pronto llegan los violines, los bajos, el resto de cuerdas y, casi sin darnos cuenta estamos rodeados y azotados por el ir y venir de los oboes, las flautas y el conjunto de vientos. Todo se ha convertido en un espléndido espectáculo del que no podemos apreciar todos sus detalles, no podemos retener todos los giros, percibir todos los guiños. ¿Y la flauta? ¿Dónde está la melodía de fondo? No soy capaz de oírla. Pasa de largo, sigue su rumbo, sin detenerse un segundo y ahí estamos nosotros, distraídos por el caos ordenado y estructurado generado a nuestro alrededor...
Y así van pasando los movimientos, como acontecimientos incontrolados, fuera de tu alcance, mero espectador del devenir de la obra... ¿Y la flauta? ¿Dónde está que es tan difícil oírla?
De repente, en un momento imposible de definir, sin quererlo pero sin evitarlo, empiezas a percibir un solo instrumento, que sin sobresalir sobre los demás, no puedes dejar de escucharlo, no puedes dejar de buscarlo...; el bombo resuena en tu interior y ya no puedes dejar de seguir su armonioso sonido, su timbre, su intensidad... Todo el concierto cambia y ya no es uno cualquiera, es... la obra más bella que se haya podido escribir jamás, la más suave y ligera, la más dulce y refinada. Melodía de melodías... Y el encuentro es único, los entrecortados estacattos, los largos trémolos, los veloces toques de contralto entremezclados con violines eufóricos. En un instante todo parece removerse, las cuerdas vibran, las flautas se agitan, la percusión se acelera y, sin más..., el irremediable, esperado, ansiado choque final de los platillos, vibración de vibraciones, tensión descargada, espontánea y larga breve sacudida, que resonará en la eternidad del recuerdo, en la infinitud de la materia, en el vacío del Universo.
¿Y la flauta?, ¿A dejado de sonar? Qué importa ahora...

lunes, 5 de mayo de 2008

Dama Oscura

Un día nos levantamos y nos damos cuenta que tenemos algo que contar.
Otros, en cambio, sólo somos un batido de ideas sin sentido.

Adormezco, permanezco,
ronroneo entrelíneas
Estudio mi mundo, estremezco.
Gargantas etéreas
difuntas encintas.
Pertrechos helados
gajos hastiados…entremezclo.

Ven a mí, Dama Oscura,
dueña de la incertidumbre,
de la cansada inconstancia,
de la llama rancia,
de la inmensa podredumbre,
Dueña de la duda…

Arriba sube,
Abajo baja,
Abajo cruje
Arriba cansa.
Arriba ruge
Abajo salta.

Demasiado dura,
Demasiada herrumbre,
Poca sustancia,
Poca elegancia,
Tanta lumbre
Tanto perdura.
Demasiada poca tanta…

Aléjate de mí, Dama Oscura,
reina de emociones y palabras,
angosta langosta deprimente,
de maldades fuente,
de pobres cábalas,
dueña de la duda…

martes, 29 de abril de 2008

Héroes por un día (07.04.08)

Los ojos se resistieron lo justo para permitirme cinco minutos de entresueño con el radio despertador de fondo, tiempo que duró la tentación de enroscarme debajo del nórdico cuatro horas más hasta que decidí dar el salto. No podía permitirme el lujo de no acudir a la cita que llevaba 2 meses preparando y por la que tanta gente me preguntaría al día siguiente.
Siete fresas y una manzana por desayuno. Las prisas me obligaron a bajar corriendo al coche de Alberto que ya me espera desde hacía 15 minutos.
El día no podía ser mejor. Ni una nube en el cielo, temperatura agradable y brisa tenue. El sol me hizo olvidar las pocas horas de sueño y evaporado los últimos miligramos de alcohol en sangre.
Mientras subía al coche supe que ya no había vuelta atrás. Había que hacerlo y la retirada nunca había sido una opción.
Las prisas activaron mi adormilado cerebro, y la falta de aparcamiento mis músculos. Aparcar en el Clínico y correr hasta Islas Filipinas es lo que necesitaba para darme cuenta de que hoy no sería un día cualquiera. Por doquier nos cruzábamos o uníamos a otros grupos variados de corredores con las mismas prisas que nosotros para llegar al área de salida de la Media Maratón. La imagen de alguien quemando billetes de 500 euros era lo que se me antojaba más parecido a semejante derroche de energía ante lo que nos venía encima.
Ya miles de personas se apelotonaban en 300 metros de calle mirando al frente. Algunos estirando, otros dando saltos en el lugar elegido. Unos riendo, otros concentrados. La mayoría seguros de sus posibilidades y todos sin excepción alegres y motivados rebosantes de optimismo. El espíritu deportivo se respiraba en el aire. Una especie de fiesta comunitaria, fraternidad, unión de almas crecía y se alimentaba de más de 10.000 almas reunidas allí para alcanzar una misma meta.
Ese domingo, a las 10 de la mañana, comenzó la gesta. La ola humana empezó a moverse. La vanguardia al principio y progresivamente como átomos unidos por trueque de electrones, la oruga se fue estirando.
Mi turno había llegado y había que empezar a trotar. La emoción me llenaba los pulmones de algo más que oxígeno y sólo una apagada voz me repetía una y otra vez que no debía ir deprisa. “Aguanta Juan, aguanta, que esto va a ser muy largo”.
La visión era espectacular, casi épica. El mar de corredores se estiraba más allá de 700 metros por delante de mí hasta donde alcanzaba la calle. Por detrás, sólo cabezas y más cabezas ilusionadas con superarse a si mismas. A mi alrededor, docenas de piernas avanzando implacablemente a ritmo inquieto, buscando su lugar. La sensación nos elevaba al nivel de semidioses. Éramos poderosos. ¡Los 10.000 Hoplitas de Ciro el Joven, los 10.000 Inmortales de Jerjes!. El enemigo: 21 kilómetros de trazado madrileño. Nuestras armas: dos piernas y un corazón lleno hasta los bordes de garra y voluntad. De haberlo intentado, nadie hubiera podido pararnos. ¡Nadie!
Los primeros 4 kilómetros fueron la puesta a punto. Encontrar el ritmo y disfrutar de la sensación de sentirse miembro de alguna especie de comunidad indestructible.
Jóvenes y adultos, viejos deportistas de cuerpo arrugado pero todavía escultural, mujeres enmalladas de faz enjuta y reverso prieto, atletas de otras disciplinas luciendo porte, espontáneos de última hora llenos de esperanza… todos sin excepción buscando ponerse a prueba una vez más. Conseguir lo que la otra vez se resistió, mejorar el tiempo del último intento o simplemente terminar por primera vez algo que no está al alcance de cualquiera. Superación. De eso iba todo, de sentirse vivo, de plantarse con la barbilla levantada y decir: Aquí estoy, sintiendo la sangre en las venas, capaz de lo que me proponga, dispuesto a todo.
En el kilómetro 5 estaba el primer puesto de avituallamiento de agua. Comenzaban seis kilómetros de subida ininterrumpida. Por suerte Poli ya había desaparecido más adelante entre la gente, y yo ya seguía exclusivamente mi ritmo más personal.
El segundo puesto de agua en el kilómetro 10 me llenaba de renovadas fuerzas además de humedecerme la seca boca, pues acabábamos de pasar la subida más importante de toda la carrera y según el plano sólo quedaban llanos y bajadas en la segunda mitad de la carrera.
Me sentía bien y aunque con la voluntad intacta, miraba ya menos alrededor y más al suelo haciendo que no reparase en los primeros participantes que empezaron a subir andando los caprichosos desniveles madrileños.
A partir del kilómetro 14 todo era esperanza salpicada de instantes de debilidad. Las caras reflejaban la batalla psicológica que cada uno libraba en su interior. Y de repente empezaron a verse los primeros caídos siendo atendidos en los laterales que dejábamos atrás. El corazón se encogía y por un momento te preguntabas si eso podía pasarte a ti.
El trazado final había sido modificado y tres imprevistas cuestas zancadillearon la moral de la mayoría de los participantes que a pesar de ello seguían implacables sin bajar el ritmo.
Los dos últimos kilómetros eran la prueba de fuego, el último listón a superar. Se hacían largos como días sin pan, y las piernas se movían sin saber muy bien por qué. Se acercaba el final, no se podía flojear. La meta estaba cerca.
El último kilómetro era un batido de sentimientos entre la angustia de llevar casi dos horas corriendo sin parar y la alegría de ver que efectivamente lo iba a conseguir.
700 metros… arco… 500 metros… arco… 250 metros… arco… 100 metros… arco… 50 metros… arco… META… arco, arco, contador de tiempo… arco, arco.
¡Por fin! Una vez dejabas de correr, las piernas seguían repitiendo su movimiento y te llevaban andando hacia delante sin saber muy bien a dónde ni porqué.
El agitado corazón no cabía en el pecho del orgullo, satisfacción y felicidad. Miré de nuevo alrededor y ahí estaban el viejo culturista, el atleta vanidoso y la mujer palillo. Todo habíamos llegado, todos lo habíamos conseguido. Todos vibramos juntos y fuimos héroes. Héroes por un día…

lunes, 28 de abril de 2008

Vínculos

En ocasiones entre dos personas se forman unos lazos que si al principio se aprietan lo suficiente, se vuelven indestructibles para el resto de la vida.
Los nudos que los unen se endurecen con el paso del tiempo y ni la muerte puede acabar con ellos. Un vínculo vital alimentado por un profundo respeto, admiración, amor, cariño, y auténtica empatía. Dos corazones latiendo al unísono. Dos mentes unidas para siempre en una extraña e inusual fusión espiritual.
Es el caso de mi tio-abuelo Manolo, que ya pasó hace mucho tiempo el status de persona especial para pasar a convertirse como mínimo en mi ángel de la guarda en vida. Con sus 87 años, prácticamente sordo, sin ver demasiado bien y cada día más problemas para moverse con cierta seguridad, su gesto se transfigura cuando me ve aparecer tras la puerta en las esporádicas visitas sorpresa que de tanto en tanto los 600 kilómetros que me separan de él me permiten hacerle.
Sus manos antaño calientes como calderas a toda máquina, ahora están siempre frías para refunfuño de su dueño. Por más que las contengo entre las mías no es posible calentarlas más allá de lo que su anciana naturaleza permite, pero su corazón late renovado y sus ojos recobran parte de su brillo.
Los “jóvenes de cierta edad”, como él acostumbra a decir, empiezan a tener algunas limitaciones, pero últimamente, está comenzando a ser “joven de cierta vejez”, y esa ansiada pero nunca bien recibida invitada va haciendo mella.
En ocasiones entre dos personas se forman unos lazos que, si te fijas bien, los ves ahí delante, apretando espacio y tiempo.
No sé exactamente cuándo ni de qué manera debieron apretarse los nudos. Supongo que la visita diaria durante mis primeros 5 años de vida para colaborar con mi madre en ducha y cena, así como para contarme el cuento de rigor hasta que acariciaba el sueño tuvo algo que ver. Supongo que sus cientos de cuentos, historias de su infancia, chascarrillos, chistes absurdos e innumerables horas jugando a las cartas también debieron aportar su granito de arena. Su amor incondicional, su labor de 10 abuelos en uno, su paciencia, su perseverancia y su eterna devoción probablemente debieron influir. Y aquí estoy yo, con 27 años, un chiquillo en un cuerpo adulto, dedicándole una mínima porción de lo que él me ha dado a lo largo de muchos años, a sabiendas de que nunca podré compensar la balanza.
En ocasiones entre dos personas… se forman vínculos extraordinarios. Que traspasan toda lógica y toda física. Energía inclasificable, más potente que cualquier invento humano.
Ahora las conversaciones son un popurrí de recuerdos, anécdotas y aventuras pasadas. Mi vida es el futuro y la suya es el pasado; y juntos, las compartimos en el presente. Al menos una vez más, rememorando nuestro vínculo indestructible.